Escuchaste mis hirvientes plegarias Señor,
Regalándome el fruto nacido en tus colinas,
Sembrando cada lagrima en otro pecho
Escuchando dentro de mi llanto la palabra.

No me importa si se me vacía el tanque,
Tú ya me pagaste las cuentas,
Llenándome la boca de gozo
Cuando predico tu palabra.

Mi enemigo derrotado me miente diciéndome;
“¡Nunca tendrás mas fruto! ¿Quién te escuchara?”
Señor, por medio de mi virtud no vengo ante ti,
Como simple mortal tampoco me arrodillo ante ti.
En Cristo escondido estoy, en su eternidad…
Eterno soy también.
No soy ni Dante, ni Juan.
Conozco tu latido Padre, el Limbo me es indiferente,
Te hablo como hijo…
Y al dueño de este mundo, no le creo nada.

A ti enemigo, que te crea Baudelaire.
El era tu hijo, que murió tan solo…tan enfermo.
Yo soy hijo de mi Padre, Cristo es mi hermano,
Salí de la “ciudad del llanto” y tristeza,
En mis ramas tengo tanto fruto.

Señor, con todo mi afecto
Abro las bóvedas del cielo para verte otra vez,
Con cada exhalación respiro el mismo aire que tu.
Devoto a ti, juntos romperemos ataduras,
Quitaremos tinieblas…
Poniéndole tu techo al templo,
Ahí en las colinas.

¿Quién nos parara?
Háblame Señor… ¡Te escucho!